El motor que impulsó a escribir este artículo, surgió a partir de preguntarnos qué hace que las personas consulten con un/a terapeuta: ¿qué las motiva a hacerlo, y de qué forma se puede dar ese primer encuentro si es que finalmente ocurre?.
Algunos de los motivos por los que una persona decide consultar podría ser por transitar por una crisis vital, experimentar una pérdida de alguna índole, atravesar un momento de mayor tensión y nerviosismo que superó la propia capacidad y las de los allegados de lidiar con ello, habiendo intentando distintas opciones, entre algunos ejemplos. Dichos motivos podríamos considerarlos como experiencias dolorosas y sobre ello profundizaremos en esta oportunidad.
Al respecto, en 1895 Sigmund Freud definía al dolor como el afecto que surge cuando fracasan las barreras anti-estímulo que la psique interpone con su medio. El dolor emerge ante la irrupción de una gran cantidad de excitación, pudiendo ser tolerado y contenido o evitado defensivamente.
De ello se desprende que el dolor es singular y se puede relacionar con el pasado, con el presente, puede tornarse desesperante y abrumador o en ocasiones acompañarnos de manera variable: ¿Cómo se mide? ¿Se puede describir con palabras? Sabemos que es subjetivo y auténtico;algo nos comunica de nosotros mismos y está en cada uno de nosotros alojarlo y ponerlo a trabajar.
Moguillansky (2013) menciona que la frustración de una apetencia o de una expectativa causa dolor. La contención del dolor es variable e independiente de las peripecias de la frustración, y agrega: que no toda frustración es un factor patógeno, pues depende de la capacidad de contención del dolor en cada caso particular.
¿A qué queremos apuntar con esto? A que al pensar y reflexionar sobre el psiquismo humano no podemos dejar de considerar las vivencias de dolor,es decir el mismo es inevitable e intrínseco al ser humano. Cuando los intentos de contención del mismo se nos vuelven ineficaces o nuestras defensas se rigidizan de manera tal que nos desencontramos de nosotros mismos, ello puede constituir un puntapié para el inicio de un espacio terapéutico.
Dicho espacio estará conformado por paciente y terapeuta, configurando un campo de trabajo con un encuadre determinado y a partir de los encuentros y del vínculo que se construya se apuntará a saber hacer con y a partir del dolor, alojándolo, y en algunos casos apostando a desanudarlo. Será arduo y trabajoso pero puede convertirse en un proceso creativo de búsqueda de significado y sentido, de crisis, cambio y transformaciones.
Existen distintas escuelas y modelos psicoterapéuticos y diversas modalidades de inicio de un proceso terapéutico, pero eso ya quedará para próximas publicaciones y desarrollos.
Para finalizar les dejo una reflexión tomada de Bion (1963)
“Un análisis, no puede no ser doloroso[…] Esta capacidad para tolerar el dolor está en estrecha relación con la idea de una creciente capacidad de contención del dolor. La contención del dolor transforma la tendencia a evitarlo en una tendencia a modificar sus condiciones de aparición o a reconocer su presencia irremediable”.
Integrarlo, hacerlo parte de la propia experiencia y porque no… volvernos más resilientes.
Bibliografía
Moguillansky, C. (2013) El dolor y las defensas maníacas. Psicoanálisis – Vol. XXXV – Nº 2 – 2013 – pp. 251-281. Versión Web.
Freud, S. (1895) Entwurf einer Psychologie. Proyecto de una psicología… O. C. Bs. As. Amorrortu, 1979.
Bion, W. (1963). Elements of psychoanalysis. Heinemann, London. Elementos de psicoanálisis. Hormé. Buenos Aires.
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