La idea de encontrarnos en un estado de pandemia por un tiempo indefinido ha despertado tensiones y desconciertos. Se pueden identificar dos pilares que acompañaban el día a día cotidiano y que hoy se encuentran vulnerados: las certidumbres y el lazo con otros.
El primero da cuenta de que formamos parte de un contexto sumamente cambiante, abierto, e impredecible. Hoy por hoy, hemos dado cuenta de ello más que nunca.
Si bien las certezas del paradigma de la modernidad habían quedado ya muy lejanas, existía cierta ilusión de certidumbre, en relación a poder mantener el orden y control de algunos aspectos vitales. Actualmente, nos encontramos en un tiempo fuera de tiempo, un tiempo otro, diferente, que podría llevarnos hacia un reencuentro al interior de nosotros mismos si sobrellevamos el cimbronazo inicial.
Con respecto al lazo con otros, es indudable el impacto emocional que ha generado el distanciamiento social obligado. Si bien los seres humanos poseemos la capacidad de un desarrollo creativo frente a la adversidad, no podemos negar el malestar, la ansiedad y la inquietud que el nuevo tiempo de la pandemia ha generado, modificando nuestras formas de lazo habituales.
Tomando a D. Winnicott, psicoanalista británico, existe una zona que se denomina transicional, en tanto zona intermedia de experiencia, a la cual contribuyen la realidad interior y la vida exterior. El la describe como: “aquella zona que existe como lugar de descanso para un individuo dedicado a la perpetua tarea humana de mantener separadas y a la vez interrelacionadas la realidad interna y externa”. La tomamos en este sentido y en la otra significación del término transición en tanto estado intermedio entre uno más antiguo y otro a que se llega con un cambio.
¿A qué apuntamos con esto? Al hecho de que encontrarnos ante una situación disruptiva como la actual, implica un derrumbe en el ámbito de confiabilidad del ambiente previsible, y se produce una intrusión del ambiente que puede llegar a constituirse como traumática en algunos casos.
Sin dudas, nos encontramos en una zona intermedia de experiencia y esto requiere de un arduo trabajo psíquico de aceptación, reorganización, y de integración de la vivencia a nivel tanto personal como colectivo. Retomando a Winnicott: La posibilidad de integración está estrechamente vinculada con la función ambiental del sostén. Requiere de un sostenerse en otro para poder confiar. Haber podido estar acompañado para estar solo y estar solo para poder estar acompañado en tanto interjuego dialéctico.
Afirma: “La integración logra la unidad. Primero aparece el «yo», que incluye «todo lo otro no es yo». Después viene «yo soy, yo existo, yo recojo experiencias, me enriquezco y tengo una interacción con el no-yo, como mundo real de la realidad compartida«(1962).
El desafió apunta a que esta vivencia transicional actual que nos toca atravesar, pueda ser integrada al yo a partir de la re-creación de nuevas certidumbres (aunque provisorias) para nuestro devenir y la invención de nuevas formas creativas de lazo interpersonales y colectivas.
Bibliografía
Morin, E. (1990). Introducción al pensamiento complejo. Barcelona. Gedisa Editorial.
Winnicott, D. (1962). La integración del yo en el desarrollo del niño. Versión web: http://www.psicoanalisis.org/winnicott/integryo.htm
Winnicott, D. (1994). Realidad y juego. Barcelona. Gedisa Editorial.
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